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jueves, 9 de mayo de 2013

Lo aparentemente obvio no se dice, y por no dicho se olvida.


Hace un par de años atrás, recibiendo la visita de un ilustrado rehabilitador que desempeñaba su labor en los suburbios de París, le planteamos una sencilla pregunta: “¿cómo hace Ud.  y su equipo todo lo que dice que hace?”. La respuesta, más allá de lo difícil que podía ser explicar lo que parecía obvio, claramente reforzó nuestras convicciones. Iba en la línea de que lo que genera el cambio es, en verdad, una conexión que necesariamente se habrá de tematizar dentro del ámbito conversacional-vincular.
Cansados de la inveterada postura metodológica cuantitativista, que nos impone (y hasta descalifica por no hacerlo) dimensionar, mensurar, evaluar, diagnosticar, pre-calificar, segregar, definir perfiles y situaciones (de riesgo, de protección, de pautas transgeneracionales, etcétera) que en definitiva se orientan a la mera predicción de nuevas conductas y su previsible nivel de gravedad, seguimos manteniendo nuestro sistema técnico de creencias.
Hemos visto cómo se persevera en revisar instrumentos y experiencias comparadas, supuestamente probadas y estandarizadas. Nos dicen que es necesario hacerlo (comparar y estandarizar), que “ahora sí” podremos intervenir para lograr el cambio.
Algo hay más sutil y reflexivo –la conversación intencionada y en ciertos dominios de significados- que logra lo que aspiran a lograr metodologías estandarizadas y orientadas a la predictibilidad conductual. No podemos dejar de conversar y de construir conjuntamente. Y esto es un arte-ciencia que a veces lleva años de práctica y reflexión crítica.
Para no olvidarlo, pese a que los vientos soplen en contra.

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