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Familia y Redes Sociales



Familia y Redes Sociales
                                                                    Ps. Ana María Arón . Ph. D.
El objetivo de esta exposición es incluir la consideración de las redes
sociales en la conceptualización de los problemas de salud mental de las
personas y, también, en el diseño de estrategias de ayuda para resolver
dichos problemas y aliviar el sufrimiento de los individuos.
Los marcos teóricos que manejamos para comprender el comportamiento
de las personas se han ido ampliando cada vez más, hasta incluir, además
del individuo, las relaciones que éste establece con otros. En primer lugar
se incluyeron las interacciones, luego el contexto familiar más próximo, la
familia extensa y, finalmente, se desarrollan modelos teóricos que
permitieron incluir en esta conceptualización unidades sociales más
amplias: dentro de estos modelos, se incluye la consideración de las redes
sociales.
Las redes sociales pueden definirse de varias maneras. Aquí nos referimos a
la red social personal, la cual está constituida por todas aquellas relaciones
significativas que una persona establece cotidianamente y a lo largo de su
vida. En ese sentido, cada persona es el centro de su propia red, la que
está formada por sus familiares más cercanos, amigos, compañeros de
estudio y de trabajo, miembros de las instituciones a las que acude
habitualmente y conocidos con quienes se ve sólo en forma esporádica.
La red personal puede ser descrita considerando sus distintas dimensiones:
tamaño, distribución, densidad, dispersión y homogeneidad.
El tamaño se refiere al número de personas que conforman la red y en
algunos estudios se ha asociado con la probabilidad de sobrevida luego de
eventos traumáticos (Sluski, 1990).
La distribución de la red se refiere a las distintas áreas, tales como “familia”,
“amigos”, “compañeros de trabajo o estudios” y “miembros de la
comunidad “en que se distribuyeron los puntos que conforman la red,
pudiendo describirse redes muy concentradas (cuando los miembros de la
red se concentran en una sola área) y redes distribuidas (donde los
miembros se ubican en distintos sectores).
La densidad se refiere al grado en que las personas que conforman la red
personal de un individuo están, además, conectadas entre sí, existiendo
redes de alta, mediana y baja densidad.
La amplitud o dispensión de la red se refiere a la distancia geográfica en
que se encuentran los distintos miembros de una red en relación con la
persona que es su centro.
Finalmente, una red social puede describirse en términos de la
homogeneidad o heterogeneidad de quienes la conforman.
Además de las dimensiones estructurales mencionada, las redes sociales
pueden caracterizarse en relación a las funciones que cumplen. Las más
importantes son las de compañía social, apoyo emocional, guía y consejo e
intercambio de información, regulación social y apoyo instrumental.
La red social personal cumple, además con otras funciones importantes,
tales como la de posibilitar la inserción social de la persona, proceso básico
para el desarrollo de su identidad, no sólo en situaciones de crisis. Cada
punto de la red es irremplazable y, a la vez, es despositaria de la historia
personal, de una parte de la propia identidad, de la retroalimentación
social y del cuidado de la salud (Sluski, 1990).
Abordaré esta exposición refiriéndome a tres puntos:
1. Una línea de investigaciones que entrega evidencia acerca del rol
que desempeñan las redes sociales en el cuidado y mantención de
la salud y el bienestar psicosocial.
2. La importancia de considerar las redes sociales personales en los
modelos de salud mental.
3. Las formas de incorporar este modelo en el diseño de intervenciones en el
área de promoción de la salud y del bienestar psicosocial.
Permítanme compartir con ustedes dos reflexiones, antes de entrar en el
tema. La primera se relaciona con el hecho de que muchas de las
personas que consultan a especialistas en salud mental plantean a menudo
problemas que no aparecen especialmente complicados. Es el caso, por
ejemplo de los problemas con los hábitos de los niños, peleas entre
hermanos, problemas con la alimentación o las dificultades para poner
límites a los hijos adolescentes.
Sin descalificar estos motivos de consulta, que constituyen problemas reales
y serios para quienes acuden a consultar, surge la inquietud por lo menos
en mí de si el profesional psicólogo o psiquiatra es el único que puede
ayudar en la resolución de este tipo de problemas. No sería posible que
personas de su propio entorno, como amigos, familiares o vecinos, pudieran
ayudarlo a resolver ese nivel de problemas y no necesariamente ocupara
un recurso profesional especializado, en el que la comunidad invirtió años
de formación? Seremos nosotros, los especialistas, los únicos capacitados
para ayudarlo o habrá alguien más, en su contexto social más próximo que
puede cumplir esa función?
La segunda reflexión se refiere a un caso concreto que me viene a la
memoria cada vez que abordo este tema. Se trata de un niño de 9 años,
cuyos padres vinieron a consultar porque era muy introvertido, tenía
problemas de comunicación y, según sus profesores, se veía deprimido. Al
conversar con él tuve una experiencia que seguramente muchos de
ustedes han compartido: el niño a pesar de las quejas de sus padres en el
motivo de consulta, estableció conmigo un contacto fácil era encantador,
se comunicaba con facilidad y no parecía tener dificultades en compartir
sus sentimientos, y problemas en la situación de entrevista.
Luego de algunas sesiones, le pregunté: “cómo te explicas que tus papas
piensen que eres tan callado y que te cuesta contar tus cosas cuando
conmigo lo has hecho si ningún problema y además, siento que nos hemos
comunicado muy bien? Su respuesta, que todavía me sigue dando vueltas,
fue: “es que usted es psicóloga y además mi mamá le paga para que
usted converse conmigo, porque yo la he visto cuando le pasa un cheque
a su secretaria cada vez que nos vamos…”.
Este comentario puede motivar muchas reflexiones, la que a mi me surge es
que ese niño, probablemente deprimido, necesitaba que alguien lo
escuchara y acogiese sus problemas… de lo que no estoy tan segura es de
si el contexto de una consulta psicológica era el más adecuado. En otras
palabras, necesitaba que alguien lo escuchara, pero quizás no
precisamente un “profesional pagado”, sino alguien de su entorno natural.
Lo que quiero decir es que, muchas veces, como profesionales de la salud
mental estamos actuando como sustitutos de las redes naturales y
asumiendo funciones que, quizás, no son privativas de los especialistas. En
el caso de nuestro niño de 9 años, es probable que una intervención más
efectiva que aquella de trabajar directamente con él, hubiera sido la de
fortalecer a los padres para que cumplieran la función de apoyo
emocional que el niño necesitaba y que seguramente ellos eran
perfectamente capaces de asumir. Si hipotetizamos más allá, podríamos
suponer que si esos padres hubiesen tenido una inserción adecuada en sus
propias redes sociales, y contaran con los recursos para activarlas en
momentos de crisis, es probable que no hubiesen necesitado recurrir a un
especialista para resolver sus dificultades en relación a un niño con
problemas de comunicación.
Interés por el estudio de las redes sociales
El interés por el estudio de las redes sociales en el área de la salud mental
párate de dos vertientes. Por un lado, una serie de investigaciones que
relacionan las crisis de vida, o los eventos de vida, con el comienzo de
enfermedades tanto psicológicas como orgánicas. Paralelamente, en esa
misma línea de investigación, se hace clara la importancia de las redes
sociales en el curso y pronósticos de estas enfermedades (Galibe, 1987;
Suzuki, 1990).
El apoyo social que otorgan las redes ha demostrado ser un factor muy
importante al evaluar el impacto que las crisis de vida tienen en las
personas. Un creciente cuerpo de evidencia empírica indica que existiría
una relación entere las reacciones patológicas frente a situaciones de crisis,
el pronóstico de esas patologías y la existencia de redes sociales activas.
Las personas que tienen redes sociales activas, que cumplen
adecuadamente las funciones de apoyo social en sus distintas dimensiones,
tienen menor riesgo de suicidio que quienes no poseen una red social
activa y el pronóstico, en caso de presentar patologías psiquiátricas y
orgánicas, es más positivo.
Las explicaciones de estos hallazgos se conectan con otra importante línea
de investigación que ha relacionado los eventos de vida estresantes y la
incidencia y pronóstico de enfermedades, tanto psiquiátricas (depresiones,
suicidios, crisis de pánico, brotes psicóticos) como no psiquiátricas (cáncer,
enfermedades cardiovasculares, úlceras, otras enfermedades
psicosomáticas).
Los “eventos de vida” se refieren a aquellos hechos que alteran la vida
cotidiana y exigen del individuo una readaptación y un cambio en su estilo
de vida habitual. Entre ellos están las crisis normativas que se relacionan
con el ciclo normal de vida individual y familiar, y las crisis provocadas por
eventos inesperados, tanto al interior de la familia (muertes inesperadas,
enfermedades, cambios de status, cambios geográficos) como eventos
inesperados externos (guerras, catástrofes naturales, etc.).
Los episodios de enfermedad, habitualmente, siguen muy de cerca de
eventos de vida estresantes y se ha demostrado que existe una relación
entre el número y la intensidad de los estresares de vida y los episodios de
enfermedad. Una posible explicación en relación a los procesos
subyacentes radica en que “la acumulación de estrés gatilla cambios en
los patrones de vida y esos cambios disminuyen la inmunidad debido a
ciertos procesos endocrinos que se ponen en marcha y que dan como
resultado una mayor vulnerabilidad a la enfermedad” (Gottilieb, 1985. p.7).
Los estudios indican que la acumulación de estrés aumenta la
vulnerabilidad en general y la susceptibilidad a enfermarse, pero no es
específico de una determinada enfermedad, más bien la forma que toma
la patología, luego de una crisis de vida, estaría más relacionada con
factores prodisposicionales (Gottlieb, 1987).
Las redes sociales estarán cumpliendo el rol de amortiguar el impacto que
los eventos estresantes tienen sobre la persona, a través de las siguientes
funciones (Caplan, 1974).
- Dan retroalimentación acerca de la situación provocadora de estrés.
- Ayudan a movilizar sus recursos y a manejar sus emociones.
- Comparten sus tareas.
- Proporcionan ayuda material de crisis.
- Proporcionan información relevante.
A modo de ejemplo, se han dado estudios que indican que las mujeres,
que tienen mayor riesgo de deprimirse como grupo comparado con los
hombres –y las mujeres casadas más que las solteras, probablemente pro la
sobrecarga real de funciones que culturalmente debe asumir la mujer
casada y con hijos-, disminuye el riesgo de presentar una depresión cuando
tiene, por lo menos, un confidente, alguien con quien compartir sus
problemas cotidianos. Cuando este confidente es además, su cónyuge o
su pareja estable, el riesgo de deprimirse disminuye aún más (Gottlieb,
1987).
Estas investigaciones resaltan, entonces, el valor de las redes sociales como
un nivel en le cual es posible intervenir para ayudar a las personas en sus
problemas de salud mental. De hecho, el solo contacto con miembros de
la red primaria, familia –res y amigos cercanos, puede predecir una mejoría
en al capacidad de las personas para resistir eventos traumáticos, como
por ejemplo en los casos de “fatiga de guerra” y en los períodos de duelo
post traumático (Levav, 1991). Esto significa incluir en la conceptualización
de los problemas psicológicos y en el diseño de estrategias de ayuda, no
sólo al individuo y a su familia, sino también lo que se ha denominado la
ecología social, es decir, las fortalezas y debilidades del ambiente social en
relación a su rol en la protección de la salud.
Cambio en los modelos de salud mental
Estas consideraciones en relación al ecosistema social implican un cambio
en los modelos de salud mental con que habitualmente trabajamos, por lo
menos en tres niveles: en relación a la actitud de los profesionales de la
salud mental, en relación al rol que deberían asumir los especialistas y en
relación a las funciones de las redes sociales.
Supone, en primer lugar, un cambio desde el modelo de la salud mental
mas pasivo, que se ha denominado “modelo de espera” (Heller y
Monahan, 1977), en el que nos sentamos a esperar que “los pacientes
lleguen”, por uno más activo, en que se salga a la comunidad y se explore
activamente sus necesidades. La actitud pasiva de los profesionales sesga
el tipo de población que llega a consultar; la experiencia nos dice que
quienes llegan a los policlínicos y a las consultas no son necesariamente,
quienes más necesitan atención y ayuda, probablemente los que más la
necesitan no pueden acceder a los lugares en que esta atención
especializada se otorga. Tomar un rol más activo supone, además, la
posibilidad de cambiar el foco y el momento de las intervenciones
evolucionando desde intervenciones curativas hacia intervenciones más
tempranas y, por lo tanto preventivas (Arón, 1992).
Supone, también, un cambio importante en el rol de los profesionales.
Gottlieb (1987) afirma que los profesionales de la salud mental son
imperialistas y monopólicos, en términos de no permitir que otros cumplan
las funciones de ayuda y apoyo a la gente que está sufriendo
psicológicamente. Esto, muchas veces, implica una gran falta de humildad
en el sentido de pensar que nosotros, que a duera pensas somos capaces
de manejar nuestras propias vidas, vamos a ser capaces de arreglarle la
vida a los demás. Aceptar que la salud mental no es monopolio de nadie y
descentralizar las acciones tendientes promover el bienestar psicosocial,
son pasos importantes que pueden ampliar el impacto de las acciones
hacia la comunidad.
Quizás, el cambio más importante sea el de devolverle a las redes sociales
la función que siempre tuvieron y que es la de acoger y apoyar a sus
miembros en los momentos difíciles. Esto pone, de relieve la necesidad de
asumir, como profesionales de la salud mental, una postura más humildad y
de mayor confianza en la capacidad de las personas y de los grupos para
resolver sus propios problemas y para amortiguar sus crisis. Significa,
también, devolverle a la comunidad parte de la confianza que durante
décadas de progreso en la ciencia psicológica le hemos quitado.
El modelo más tradicional de salud mental centra la capacidad de
resolución de problemas en los profesionales y en las instituciones, no en las
personas, muchas veces suplantando los apoyos informales y creando
dependencias en la tecnología de expertos. En ese sentido, volver a
confiar en los recursos de las personas y de sus redes sociales implica
también una actitud reparatoria.
Cómo incorporar el modelo de redes sociales en el diseño de estrategias
de intervención en salud mental
La incorporación de las redes sociales al campo de la salud mental puede
traducirse en diversas modalidades de intervención. En primer lugar están
aquellas que toman como foco de atención y de intervención a algún
sector de la red social personal. Las terapias de padres y las terapias
familiares son un ejemplo, si consideramos que la familia nuclear y la familia
extensa conforman la red social primaria más próxima de cada persona.
En la misma modalidad de intervención se ubican los modelos de trabajo
con el ecosistema escolar (Aponte, 1970; Relph, 1984; Dowling y Osborne,
1985; Pallazzolli y col, 1985), en que se trabaja fortaleciendo y capacitando
a los miembros del ecosistema escolar en que se ubica el niño o joven que
presenta problemas, a fin de apoyarlos en su función de resolver los
problemas en el contexto en que se dan.
Finalmente, en esa misma línea se encuentran los modelos de trabajo de
terapia con redes propuesto por Speck y Attenaeve (1947), Elkaim (1989) y
Barudy (1991), en que la red comunitaria más amplia es el foco de la
terapia. Este tipo de intervenciones requiere de destrezas terapéuticas
excepcionales, pero su impacto y potencia, así como el ahorro de recursos
profesionales que implica, las transforma en modelos muy atractivos,
especialmente en realidades como la nuestra en la que los recursos
especializados son siempre escasos.
Otra línea que incorpora la noción de redes es aquella que trabaja
incentivando la formación de redes de pares con problemas similares. Es el
caso de los grupos de alcohólicos anónimos, los grupos de adictos,
cónyuges de adictos, hermanos de adictos (Mazzieres, 1991), grupos de
padres maltratadores, grupos de mujeres maltratadas y todos los grupos de
autoayuda que se forman espontáneamente o por iniciativa de
profesionales.
Muy ligada a esta línea está la de activar las redes existentes y capacitarlas
para optimizar el desempeño de sus funciones de apoyo y entrega de
información. Esto permite, además de la ayuda que se brinda a quienes
forman parte de la red, no sobreutilizar los servicios profesionales para recibir
apoyo emocional, instrumental y de información que podría ser recibido
desde las redes. En esa perspectiva se encuentra, por ejemplo, los
programas de capacitación a los equipos de atención primaria en salud, a
profesores, a servicio de policía y a los grupos encargados de realizar las
atenciones de urgencia y emergencia en una comunidad (Slaikeu, 1988).
Un ejemplo de esta modalidad, muy próximo a nosotros, fue la
capacitación que realizó en Santiago el Servicio Nacional de la Mujer
(SERNAM) a un grupo de carabineros encargados de recibir, en primera
instancia, las denuncias de mujeres maltratadas (Larraín, 1991).
Finalmente, considerando el valor que tienen las redes sociales para la
salud mental en términos de prevención, los programas de desarrollo de
habilidades sociales debieran ocupar un lugar importante. Contar con
rede sociales de apoyo depende, en parte, de la oportunidad y
disponibilidad de personas que potencialmente puedan formar la red y,
también, de la capacidad de cada uno para genera y activar sus propias
redes. Personas con serios problemas de inhibición social o déficit en las
habilidades sociales que impliquen conductas inadecuadas y, por lo tanto,
de rechazo social, probablemente tendrán mayor dificultad para activar
sus redes cuando se enfrentan a situaciones de crisis.
Si pensamos que el apoyo social ha demostrado ser crucial en atenuar el
impacto de los estresores de vida en las personas, quienes no posean redes
sociales adecuadas estarán, probablemente, en un estado mayor
vulnerabilidad frente a las crisis normales y no –esperadas de la vida. En ese
sentido, parece razonable preocuparse de los problemas de ajuste social y
crear programas de desarrollo de habilidades sociales, en términos de
activar en los individuos recursos que les permitan construir un tejido social
adecuado que, entre otras cosas, les ayude a amortiguar el impacto de los
eventos estresantes (Arón y Milicic, 1992).
Los cambios que sugiere el enfoque de redes sociales, tanto en el tipo de
estrategias de intervención como en el rol desempeñado por los
profesionales, no significa que los especialistas nos vayamos a quedar sin
trabajo…hay mucho por hacer todavía en el campo de la salud mental.
Quizás en un futuro, que probablemente no alcancemos a conocer, los
especialistas de la salud mental no vamos a ser necesarios…sería un mundo
ideal y podríamos dedicarnos a tanta otras cosas… el devolver a las redes
sus funciones de apoyo emocional y ayuda en momentos de crisis supone
que debemos asumir otros roles, como planificadores, formadores y
activadores de redes, capacitadores y supervisores de los agentes naturales
que operan en la comunidad.
Cambiar el rol profesional, dejar de pensar “monopólicamente” y aceptar
que otros pueden hacer – quizás mejor – lo que nosotros hemos estado
haciendo, puede ser un paso importante para ampliar la cobertura de
nuestras intervenciones y, quizás, poder dedicarnos a aquellos problemas
en que, por su gravedad, sólo un especialista puede ayudar y asumir
funciones “sustitutas” sólo en aquellos casos en que la persona que está en
crisis esté desvinculada de sus redes, entendiendo esta posición solamente
como transitoria, incluyendo como parte de nuestras intervenciones el
reinsertar a las personas en sus contextos naturales y ayudarlas a reactivar
sus redes cuando éstas han sido desarticuladas.
Una reflexión final. Una de las mayores virtudes de las intervenciones que
movilizan el apoyo social de las redes naturales es que les permite a las
personas responsabilizarse por su propio bienestar y no transferir esas
responsabilidades a las instituciones y a los profesionales especializados.
Finalmente, hay muchos que pensamos que la salud mental y el bienestar
psicosocial es algo demasiado serio como para dejarlo solamente en
manos de los especialistas de la salud mental.
Santiago, agosto de 2007.-

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