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El PLA y la Intervención Familiar

EL P.L.A.* Y LA INTERVENCION FAMILIAR



Mario Muñoz Méndez*

Se nos ha solicitado escribir algo en relación a cómo intervenimos con las familias de los jóvenes atendidos en nuestro Programa. Una buena oportunidad para reflexionar y también para recordar.

Cuando el PLA elabora su primera propuesta, se autodefine como un proyecto familiar y comunitario. Esta definición se sustentaba en un entendimiento que tendía a ampliar la comprensión de las conductas desajustadas de un joven como síntomas familiares, poniendo las soluciones en un contexto más amplio que el individuo: su familia y la comunidad local. Inicialmente, y para ser coherentes con este nuevo entendimiento, se intenta ampliar también el sujeto de atención, considerándolo como el joven en su sistema familiar .

El ampliar el foco y el sujeto de atención era coherente con una epistemología sistémica simple que el PLA asumió desde sus inicios. Se solicitaba al DLA que desarrollara su intervención en los espacios naturales donde la gente habitaba.

Sistemas Familiares y Comunidad Local

Si bien no se postulaba la realización de “terapia familiar sistémica”, se pedía al DLA que, al menos, trabajara con una lectura sistémica y una hipótesis familiar subyacente que orientara sus intervenciones en terreno. Paralelamente, se planteaba que un trabajo especializado de intervención familiar (terapia de familia) debía ser derivado al recurso institucional correspondiente. Esta posibilidad de derivar -y más aún, de trabajar asociadamente- se hacía factible por el hecho de definirse el PLA como parte de una red secundaria, la que en conjunto pretendía dar respuestas a las necesidades de la gente dentro de su comunidad local.

A la base de toda la propuesta ejecutada desde 1990 estaban algunas ideas y conceptos que procedían de dos fuentes principales :

1) las experiencias incipientes en terapia familiar desarrolladas en el área de rehabilitación conductual, y
2) las iniciativas de redes y desarrollo local llevadas a cabo principalmente por ONGs, en las áreas de jóvenes, mujeres, salud mental, etc.

En su proyecto original el PLA se planteó avanzar en un entendimiento técnico que superase las limitaciones del modelo estructural, así como el setting rígido o coercitivo de las paredes de un “Centro”, ambos componentes de las experiencias señaladas en el punto 1) anterior.

El modelo estructural tendía a señalar las dificultades o disfunciones familiares como problemas en el poder y la jerarquía de un sistema familiar. Los problemas de conducta de los hijos serían, habitualmente, atribuídos a una función ejecutiva (parental) débil. Consecuentemente, los problemas se resolvían fortaleciendo el subsistema parental, restituyendo la jerarquía y la organización intra-sistema desde un deber-ser teórico. Esta manera de entender los problemas y síntomas familiares se avenía difícilmente con los entendimientos alternativos respecto de la forma, estilo y modo de vida de las familias populares urbanas, en definitiva nuestras potenciales beneficiarias .

Paralelamente, la modalidad de atención clínica o “de oficinas” se mostraba -en las experiencias previas al PLA- como culturalmente distante o elicitando expectativas de resolución similares a las del modelo médico : atención en dos sesiones, indicaciones específicas, etc. Los resultados, por lo general, eran altas tasas de deserción o discontinuidad, las que habitualmente eran atribuídas a las familias y conceptualizadas como “resistencia”, “refractariedad”, “falta de stress”, etc.

Se hacía evidente la necesidad de revisar nuestra propia ideología y los conceptos de salud familiar, familia funcional u otros, que encubiertamente expresaban una cierta y determinada deseabilidad social o cultural.

La solución a los dilemas que se nos presentaban salían por la línea de lo señalado en el punto 2), en donde el enfoque dejaba de ser clínico tradicional o altamente especializado y asumía la forma clínico-comunitaria, enfatizando la segunda parte de este par complementario.

En este sentido, las iniciativas locales e institucionales llevadas a cabo hasta los primeros años de la década de los noventa ofrecían una forma de entender y hacer que calzaba con las necesidades que el PLA detectaba para realizar un trabajo eficiente.

Específicamente, en la zona norte de Santiago (antigua comuna de Conchalí), en el año 1990, se constataba una sobreoferta de recursos comunitarios alternativos (proyectos de salud, de mujeres, de jóvenes, de tecnologías apropiadas, etc.). El PLA apelaba a estos recursos, para resolver progresivamente la situación de marginalidad y/o exclusión, actuando el Delegado como un nexo entre los jóvenes y las familias y el recurso institucional o secundario pertinente.

Se mantuvo un trabajo en el cual el “tratamiento especializado” (terapia familiar, tratamiento por problemas de drogas, p.ej.) era derivado a una instancia ad-hoc, no sólo por la atribución de competencias específicas hacia el recurso institucional elegido, sino también por la sobrecarga de trabajo que el DLA tenía en su desempeño con los 25 casos de su responsabilidad. Cabe señalar, sin embargo, que de ningún modo se realizaba una derivación mecánica, sino que se intentaba sostener un trabajo asociado y con unidad de hipótesis entre el PLA y el recurso institucional complementario.

Hacia la Activación de Redes Primarias

Entre abril de 1993 y octubre de 1995 se gesta en el PLA un proceso que va determinando nuevas formas de trabajar y entender el trabajo con las familias. Al mismo tiempo que se constataba un significativo decrecimiento de la oferta institucional o secundaria -básicamente por motivos de orden socio-político (las agencias de cooperación redestinaban su recursos al aparato estatal)-, se observaba una gran dificultad de éstos para operar en un entendimiento sistémico cercano al sugerido desde el PLA. Por lo general, salvo iniciativas muy circunscritas, el foco de los proyectos institucionales locales era un segmento de edad, de género, o una población-objetivo específica y no una familia. Así, los resultados que se fueron verificando no revelaban una mayor incidencia de logros en los casos en los cuales hubo derivación institucional, por sobre los que fueron atendidos exclusivamente en el PLA.

El decrecimiento de la red institucional, en paralelo con una revaloración del trabajo conversacional de largo aliento realizado por el Delegado del PLA, fueron señalando nuevos rumbos en el abordaje técnico del trabajo familiar. Nos planteamos la pregunta : ¿en qué casos hemos sido más eficaces? Confirmamos, de alguna manera, lo que ya sabíamos : en aquéllos en los cuales hubo un vínculo cercano y continuo; en los que el DLA pudo entrar en las explicaciones de las familias y sugerir modificaciones desde adentro; en los que hubo un adecuado conocimiento y activación de las redes primarias del joven y su familia.

En forma simultánea al proceso antes descrito, se fue proponiendo un trabajo más consistente de inter-visión (Delegado - Asesoría Técnica) que permitiera maximizar la intervención del DLA. Esto se traducía en des-inducir, relativizar juicios técnicos a priori, avanzar en la posibilidad de entender las puntuaciones de las familias, de las partes involucradas, etc.

En esta etapa del PLA se comienza a conceptualizar a las familias como redes de conversación, a nuestra intervención como construcción conjunta (o co-construcción) y al contexto de trabajo como contexto obligado o coactivo .

El 1º de octubre del año 1995 el PLA se reconvierte al sistema asistencial RCD, lo que posibilita realizar una serie de mejoras formales, que incidirán positivamente en la calidad del trabajo. Entre éstas: un menor número de casos por DLA (18 a 20), mayor focalización espacial y, por lo tanto, mayor intensidad de atención. Paralelamente, esto permitió orientar el trabajo del DLA exclusivamente a los casos, contando con un equipo de apoyo técnico (psicóloga, terapeuta familiar, psiquiatra, monitora, profesora, etc.).

La posibilidad de hacer atención conjunta en terreno -DLA más otro participante del equipo- y el uso del espejo unidireccional redundaban en la oportunidad de mejorar la señalada intervisión de casos, entendida como la lectura alternativa o contrastada de un caso por 2 o más personas. En síntesis, las conversaciones con la gente -los jóvenes, las familias- y las coordinaciones técnicas al interior del equipo se multiplicaron exponencialmente.

Conversar y Construir Conjuntamente

Desde fines de 1995 hasta hoy día el modelo propuesto por el PLA se ha estado consolidando. A las preguntas ¿qué hacen ustedes?, ¿cómo se llama su modelo?, frecuentemente respondemos que lo único que hacemos es conversar y nuestro modelo no tiene nombre, aún. Entendemos los modelos como representaciones de una realidad, que de alguna forma la empobrecen y la restringen. En nuestro “modelo”, que podríamos provisoriamente llamar de la “(rehabilitación) como conversación”, lo que interesa es ampliar las posibilidades de explicación, donde necesariamente nosotros estamos incluídos como observadores interesados y co-explicadores de la vida de la gente (los jóvenes, las familias).

De acuerdo a esto, la tarea de rehabilitar e intervenir familiarmente nos obliga a una reflexión epistemológica previa , que se va resolviendo día a día en el quehacer concreto. No obstante, a objeto de ordenar las ideas centrales y más permanentes de nuestro entendimiento actual, se hará provisionalmente el siguiente punteo:

* La familia como red de conversaciones: al entender de este modo la familia se superan concepciones que la restringen a vínculos de alianza, filiación y consanguinidad. De este modo se incorpora a otros significativos y se opera con la familia actualizada desde el cliente/beneficiario. Esta representación focaliza en el lenguaje y la interacción, más que en las personas mismas o en el vínculo abstracto que las relaciona. Finalmente, esta concepción no nos limita a un modelo oficial de familia, pudiendo incorporar la diversidad y facilitando hablar de “las familias” más que del esquema culturalmente aceptado.

* Lo que hacemos es conversar: sea intervención, co-construcción o reflexión crítica, no existe otra posibilidad de relacionarse con el otro, sea paciente, cliente o beneficiario. La raíz etimológica de la palabra conversar sería dar vueltas juntos, lo que calza con la idea que proponemos. Mas que “dar vuelta a otro(s)”, reconocemos la necesidad de buscar conjuntamente en el lenguaje las explicaciones y los significados. En este sentido, proponemos la intervención, tratamiento o co-construcción como una fina labor de definición de significados, no dando por sentadas las relaciones significante/significado más convencionales. Finalmente, vale la pena señalar que no es cualquier conversación a la que aludimos. Ella debe ocurrir en un determinado dominio (de significados), con una cierta intencionalidad (el cambio) y para lograr determinados resultados (término de la conducta-problema y mayor nivel de bienestar).

* La intervención familiar entendida desde la rehabilitación : significa asumir que tanto la concepción de familia como la forma de intervenir (construir conjuntamente) se da en el contexto de un dominio de significados específicos, en el ámbito de la rehabilitación. Ello conlleva:

1º) la idea de que la conversación debe partir desde el problema que originó la intervención rehabilitadora. No se trata, por tanto, de una intervención fuera de estos contextos o que aspira a una modificación general del sistema familiar sin considerar el origen y el contexto del problema , y
2º) en consecuencia, rehabilitar o intervenir familiarmente involucra el hacerse cargo de las distintas percepciones y explicaciones respecto del problema. Al tratarse de casos judiciales, la definición del problema es externa al sistema y ésta puede o no coincidir con la(s) definición(es) de la propia familia. Rehabilitar es intervenir familiarmente o conectar la definición externa con la(s) definición(es) familiar(es), buscando una explicación con salida positiva y que provea un nuevo entendimiento hacia el futuro.

* Todo caso es un proceso : de este modo sugerimos entender a las familias atendidas. Trabajamos sobre la base de un proceso familiar y, con frecuencia, podemos llegar a ver los problemas o dificultades de una familia (o persona) como derivadas de los escollos que hay que salvar en el tránsito de una etapa del ciclo vital (personal o familiar) a otra etapa sucesiva. Este entendimiento ofrece salidas a los problemas, a la vez que en cierta forma los normaliza. Esta perspectiva es factible de asumir por el hecho de que la atención familiar brindada por el PLA suele durar varios meses; esto es, la atención misma es vista en términos de proceso.

* Ir de los problemas a las soluciones : nuestra idea fundamental es que el lenguaje crea las realidades. Así, pensamos que si hablamos de problemas construímos e instalamos más problemas. Dado que la partida de los procesos de atención se origina en un problema (materia judicial, p.ej.) o en una “explicación problemática” del problema (atribuciones causales de los técnicos), nuestra tendencia espontánea suele ser indagar más sobre el problema; dimensionarlo, analizarlo, “entenderlo”. Si resolver un problema fuera análogo a abrir una puerta, podríamos decir que nada sacamos con describir detalladamente la cerradura (los problemas) sin intentar probar con diferentes llaves (las soluciones) . Así, entonces, creemos que el problema no se disuelve al hablar de él; ello comienza a ocurrir cuando conversamos de soluciones, reconociendo las competencias y capacidades de nuestros clientes/beneficiarios.

* Tomar y reconstruir la emoción de familia : pensamos que todas las familias, cualquiera sea su forma o estilo, tienen un aspecto básico común, éste es ser el espacio de la pertenencia y de la donación, en el cual el individuo se convierte en persona insustituíble y construye su identidad. En este modo de ver, las dificultades de una familia se entienden como la ruptura de la reciprocidad, la funcionalización de las relaciones, la negación de la confianza y la gratuidad entre las personas. Las familias, por ser el grupo primario por excelencia, serían el espacio de la relación cara a cara, en donde se genera la conciencia de pertenencia y los criterios básicos de valor, en donde la persona es aceptada y reconocida por sí misma, dramáticamente. En este sentido, la tarea del interventor familiar (DLA) sería colaborar en restituír el flujo de la reciprocidad, la aceptación del otro como un otro legítimo y la gratuidad. Sin duda, esta es una dimensión ética insoslayable del trabajo con familias, pero es también una cuestión técnica que hace la diferencia entre el diálogo funcional y el tema de fondo de la identidad y la pertenencia .

* Hacer artesanía intelectual: lo que aquí proponemos es no perder la virtud del artesano, estando abiertos al cambio, a la integración de nuevos elementos, desechando la adscripción acrítica a las grandes teorías o modelos cerrados. Si las familias son diversas, los entendimientos o abordajes también pueden serlo. Quizá en algún caso vendrá bien una explicación simbólica, o una interpretación transgeneracional. Quizá en otros habrá que pensar en restablecer una jerarquía parental o crear una profecía positiva. Esta flexibilidad, sumada a una deseable transparencia -ajena al juicio del experto especialista-, es lo que nos permite hacer de la intervención familiar una construcción conjunta y una artesanía intelectual.

Más allá del diseño específico elaborado para cada caso, podemos reconocer cuatro grandes etapas en la atención brindada:

1ª etapa: recoger las diferentes definiciones del problema, intra y extrasistema (contexto judicial o comunitario de derivación y la familia).
2ª etapa: proceso de atención; toma de decisiones, trabajo de relacionar, conectar, unir “cabos sueltos”.
3ª etapa: resolución del contexto judicial por decisión judicial (o del equipo técnico si fuera derivación comunitaria).
4ª etapa: atribución de los cambios a sí mismos; etno-explicación de que los cambios operaron desde dentro. Habitualmente ello es posible de percibir en estudio de seguimiento posterior al egreso.

Así, considerando la última etapa enunciada, nos interesa especialmente que los cambios familiares no sean explicados por la asistencia institucional o la intervención profesional. La Sra. Ana, madre del joven Jorge S.F., habla por nosotros para explicar la idea: “...Yo no hice nada, sólo conversar con ellos, ser más comunicativa... fui más positiva (...) y como que eso positivo ellos lo captaron y fue beneficioso para ellos, para los amigos, para todos” .

Independencia, septiembre de 1997.