En el difícil contexto temporal de la implementación del sistema penal juvenil en mi país (2007), conocí el concepto de “terapia social”. Quien lo proponía, para el trabajo con jóvenes, era el destacado penalista alemán Claus Roxin, quien expresaba que las soluciones no iban por el camino de penalizar (paradojalmente) sino de utilizar métodos de terapia social, agregando que en Alemania aquello era lo que permitía constatar una baja en la criminalidad juvenil. La paradoja venía de que este conocido penalista proponía soluciones extra-penales. Y también se podía apreciar en la contradicción con nuestro propio proceso jurídico legal reciente: intervención mínima era homologable a no intervenir en el ámbito psicosocial. Vocablos como “terapia”, “rehabilitación” eran claramente censurados por los funcionarios imbuidos en el “nuevo paradigma”.
Todo al revés.
Las cosas han ido cayendo por su propio peso, como si de verdad existieran las leyes de la física. Sentido pedagógico o educativo de la pena fueron conceptos que comenzaron a surgir. En esos días comencé a usar las palabras terapia social, como significante que englobaba las prácticas que veníamos haciendo desde hacía varios años atrás, en el área de trabajo con jóvenes infractores y sus contextos. Así, hoy concebimos la terapia social como un enclave interdisciplinario, donde concurren aportes de diversas disciplinas y entendimientos. Es una estrategia psico-socio-educativa para el cambio, para el bienestar personal y familiar. Es reflexión crítica. Es la persona del terapeuta social en rol de no experto, de etnógrafo sistémico orientado a las soluciones, mirando las competencias y capacidades del otro/a. En definitiva, es la confluencia de una serie de conceptos, destrezas y habilidades (conversacionales) conscientes de su accionar epistemológico.
Desde el punto de vista de su aplicación práctica, la terapia social se aviene más con la intervención en red social que con el modelo o setting rígido del ámbito clínico. Aunque no ha de ser el encuadre lo que la define. La asocio más a la mirada en contexto, a la intervención consciente que une, que no desagrega al sujeto en conjuntos de síntomas a ser tratados por especialistas diversos.
Ya nos habló, hace mucho tiempo, Salvador Minuchin del caso de María Colwell. Sorprende que, en este finis terrae, cueste tanto asimilarlo (1986, Caleidoscopio Familiar).
Todo al revés.
Las cosas han ido cayendo por su propio peso, como si de verdad existieran las leyes de la física. Sentido pedagógico o educativo de la pena fueron conceptos que comenzaron a surgir. En esos días comencé a usar las palabras terapia social, como significante que englobaba las prácticas que veníamos haciendo desde hacía varios años atrás, en el área de trabajo con jóvenes infractores y sus contextos. Así, hoy concebimos la terapia social como un enclave interdisciplinario, donde concurren aportes de diversas disciplinas y entendimientos. Es una estrategia psico-socio-educativa para el cambio, para el bienestar personal y familiar. Es reflexión crítica. Es la persona del terapeuta social en rol de no experto, de etnógrafo sistémico orientado a las soluciones, mirando las competencias y capacidades del otro/a. En definitiva, es la confluencia de una serie de conceptos, destrezas y habilidades (conversacionales) conscientes de su accionar epistemológico.
Desde el punto de vista de su aplicación práctica, la terapia social se aviene más con la intervención en red social que con el modelo o setting rígido del ámbito clínico. Aunque no ha de ser el encuadre lo que la define. La asocio más a la mirada en contexto, a la intervención consciente que une, que no desagrega al sujeto en conjuntos de síntomas a ser tratados por especialistas diversos.
Ya nos habló, hace mucho tiempo, Salvador Minuchin del caso de María Colwell. Sorprende que, en este finis terrae, cueste tanto asimilarlo (1986, Caleidoscopio Familiar).
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