Hace un par de años atrás, recibiendo la visita de un
ilustrado rehabilitador que desempeñaba su labor en los suburbios de París, le
planteamos una sencilla pregunta: “¿cómo hace Ud. y su equipo todo lo que dice que hace?”. La
respuesta, más allá de lo difícil que podía ser explicar lo que parecía obvio,
claramente reforzó nuestras convicciones. Iba en la línea de que lo que genera
el cambio es, en verdad, una conexión que necesariamente se habrá de tematizar
dentro del ámbito conversacional-vincular.
Cansados de la inveterada postura metodológica
cuantitativista, que nos impone (y hasta descalifica por no hacerlo)
dimensionar, mensurar, evaluar, diagnosticar, pre-calificar, segregar, definir
perfiles y situaciones (de riesgo, de protección, de pautas
transgeneracionales, etcétera) que en definitiva se orientan a la mera
predicción de nuevas conductas y su previsible nivel de gravedad, seguimos manteniendo
nuestro sistema técnico de creencias.
Hemos visto cómo se persevera en revisar instrumentos y
experiencias comparadas, supuestamente probadas y estandarizadas. Nos dicen que
es necesario hacerlo (comparar y estandarizar), que “ahora sí” podremos
intervenir para lograr el cambio.
Algo hay más sutil y reflexivo –la conversación intencionada
y en ciertos dominios de significados- que logra lo que aspiran a lograr
metodologías estandarizadas y orientadas a la predictibilidad conductual. No
podemos dejar de conversar y de construir conjuntamente. Y esto es un
arte-ciencia que a veces lleva años de práctica y reflexión crítica.
Para no olvidarlo, pese a que los vientos soplen en contra.
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